TARTALETA DE CREMA DE CHICHAROS CON HIERBABUENA

Era el cálido sol del otoño que entraba por su puerta, casi siempre abierta, hiciese frio o calor, llegando sus rayos hasta la pequeña cocina, donde el blanco de las capas de la cal de sus paredes guardaba los aromas de aquellos guisos ancestrales que se aprendían de abuela en abuela, de madre a hijas que se dejaban en herencia como parte del ajuar: los potajes, las frituras de pescados, las cazuelas, los pucheros…siempre aderezados con los productos de la mar, de la huerta, con la sal de la mar, la carterilla de azafrán y hasta su pizca de sol.
Mi madre acudía a primera hora a ayudar a mi abuela a coser las chaquetas, los pantalones, haciendo pespuntes, hilvanando, pegando botones y haciendo los ojales…para terminar y entregar el trabajo que le encargaban y así poder mantenerse con lo poco que podía cobrar por tan duro trabajo.

Sus ojos no le permitían ya las puntadas pequeñas, ni enhebrar las pequeñas agujas.

Mientras mi madre cosía, mi abuela se peinaba sus grises cabellos recién lavados, secados al sol y al viento que traía el perfume de las olas de la mar. Aquellas manos, tan llenas de años, de arrugas y lunares marrones, cansadas de tanta lucha, trenzaba su larga cabellera enredándola en círculo, enrollándola con la maestría que da la vida, recogiéndola en sí misma y escondiendo la pequeña cola.

Con arte y cuatro horquillas, negras y anchas, sujetaba sus cabellos en un “coco” justo en la parte de atrás de su cabeza. Yo la miraba ensimismada, hasta que me decía: vamos a desgranar los chicharos, deja de quitar "hirvanes" y vente conmigo.

Mi abuela vestía de negro, parecía tener un luto persistente, doloroso, recordatorio de la pérdida de sus seres queridos, de su sufrimiento y penitencia; aunque su delantal a cuadritos gris y negro le daban un toque de color a su indumentaria. Su blanco rostro, tenía las mejillas sonrosadas del esfuerzo al reavivar el fuego de la hornilla de yeso.

“Dale tu con el soplillo, que a mi me duele la mano”. Ella, sentada en su silla de anea, me miraba y sonreía mientras veía el énfasis que le ponía a tan ardua tarea. Abuela, prefiero desgranar los chicharos contigo que avivar el fuego, solía contestarle.

Y sentada a sus pies, cogiendo de su delantal los guisantes, íbamos desgranando los hermosos y tiernos chicharos, dulces como las gotas de miel….depositándolos en la desconchada fuente de porcelana.

Es ahora, en ésta época en la que puedo encontrar los primeros guisantes en mercados o en mi frutero de confianza, cuando cada vez que desgrano ésos pequeños brotes verdes, cargados de perlas, llenas de aroma, color y sabor cuando cierro los ojos, es cuando la vuelvo a ver a mi lado, sentada en la blanca y luminosa cocina; mi madre nos mira y sonríe mientras continúa dando pequeñas puntadas en la tela apoyada en su regazo.

Los chicharos están en su mejor momento, más tiernos y dulces que nunca, son los primeros que llegan a mi cocina y apenas los encontraré así durante unas pocas semanas. Así que hay que aprovecharse y disfrutar de ésta exquisitez. Consumirlo en fresco está casi en vías de extinción, ya que el 90% de su producción suele ser para la industria del congelado o conserva.

Independientemente de su precio, teniendo en cuenta lo mucho que merma, ya que una vez quitadas las vainas un kilo quedan aproximadamente unos 300 grms. de chicharos, merece la pena comprarlos, degustarlos y disfrutarlos.

Por cierto ¿Sabían que el guisante, desde el punto de vista botánico pertenece a la familia de las leguminosas, aunque desde el punto de vista nutricional se pueda considerar una hortaliza?.

Con los primeros chicharos de ésta temporada, he preparado una maravillosa receta que publicó en Instagram una simpatíquisima, bella y gran chef a quien sigo: Chez Martina Events. 

Es ideal para éstas fechas navideñas que se avecinan ¿No creen? TARTALETA DE CREMA DE GUISANTES CON HIERBABUENA.
¿CÓMO LA HICE?

INGREDIENTES PARA SEIS UNIDADES:

Masa quebrada (una plancha) o masa brisa, 150 grms. de guisantes (ya desgranados), hierbabuena, 20 grms. de mantequilla, agua y sal.
LOS PASOS A SEGUIR:

Desgranar los guisantes y lavar muy bien las vainas.
Precalentar el horno a 180º C. Estirar la masa quebrada y cortarla en pequeños círculos, siguiendo la forma de los moldes. Colocarlos en ellos y pinchar con un tenedor en la base a fin de que no suban al hornearlos. Aconsejando rellenar los moldes con garbanzos secos para evitar que la masa se hinche.

Pintarlos con mantequilla derretida, así quedarán más brillantes y dorados. Meter en el horno bajando a 160º C durante unos siete minutos, hasta comprobar que la masa está dorada. Sacar del horno, dejar enfriar y sacar las quiches de sus moldes y reservar.

Colocar las vainas de los guisantes en la bandeja de hornear, introducir en el horno a 180º C y dejar hasta que se sequen y estén doradas, procurando que no se lleguen a quemar. Sacar del horno y una vez frías, pasar por una picadora hasta conseguir una buena cantidad de “polvo” de vainas de los guisantes. Reservar.
En un cazo con agua, echar los granos de los guisantes y las ramitas de hierbabuena, salar al gusto y dejar cocer unos cinco minutos. Sacar y desechar la hierbabuena.
Pasar los granos de guisantes a un cuenco con hielo y dejar unos minutos, a fin de que no pierdan el maravilloso color verde y cortar su cocción.   Reservar los más grandes para decoración.

Pasar el resto de los guisantes junto con la mantequilla a una batidora, salar al gusto y pasar de forma que quede una crema lo más fina posible.
Rellenar los moldes con la crema de guisantes, espolvorear con el polvo de las vainas por encima, colocar los granos de guisantes bien escurridos alrededor, y colocar una ramita de hierbabuena junto a unas flores comestibles para adornar.
En honor a mi admirada chef italiana Martina.

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